El milagro de Ana Sullivan: análisis didáctico

Transcribimos literalmente el análisis detallado y sugerente que hace nuestro compañero Diego Calleja (IES Puente Ajuda) sobre la película El milagro de Ana Sullivan. Merece la pena, si tenéis un rato y os interesan las cuestiones que aborda esta excelente película, que leáis sus reflexiones y las incorporéis a cualquier debate en vuestras aulas o en foros entre docentes:


"Me gustaría destacar de la película los siguientes elementos de interés para los alumnos:



1.- Helen como niña salvaje. La principal diferencia entre el ser humano y los demás animales es el lenguaje.
“Crecí salvaje y desbocada, riendo y cacareando para expresar placer, pataleando, arañando, emitiendo los sofocados chillidos del sordomudo para indicar lo opuesto.”

Helen Keller, The story of my life

Debido a su distanciamiento respecto a la capacidad del lenguaje y a la falta de una autoridad, Helen es una niña poco influida por la presión de la cultura, y ello puede resultar muy interesante para apreciar en ella comportamientos “naturales” y reflexionar acerca de cuál sería la conducta de los seres humanos si no hubiéramos sido educados dentro de una cultura.

Así, por ejemplo, Helen no es capaz de contener su rabia y su ira como haría un niño de su edad, lo cual nos puede hacer pensar que la cultura ejerce un gran control sobre la violencia de sus integrantes a edades muy tempranas. Al mismo tiempo, el hecho de que Helen sea del sexo femenino y manifieste tanta agresividad pone en tela de juicio la creencia extendida de que los varones son por naturaleza más agresivos que las mujeres. Pero como se trata de un solo caso sería un error hacer generalizaciones.

Pese a lo que podamos pensar en un principio, la cólera de Helen no viene producida por su estado de aislamiento. Hasta los cinco años, como indica su biografía, Helen había mostrado un estado de ánimo alegre pese a sus dificultades. Empezó a sufrir ataques de cólera a los cinco años, en el preciso momento en el que vino al mundo su hermana pequeña. Antes de la llegada de ésta, Helen era el centro de atención y la protagonista casi exclusiva de la familia. Con la aparición de su hermanita, Helen se vio desplazada de ese lugar privilegiado y percibió cómo el cariño de sus padres se centraba más en la recién llegada. Los celos hacia los hermanos recién nacidos son algo muy normal, y la reacción agresiva de Helen se puede decir que es la natural en estos casos. Su agresividad, sin embargo, no fue limitada ni coartada por sus padres, quizás por las dificultades para comunicarse con ella, quizás por la lástima que les producía el reñir y castigar a alguien en su estado.

En la película la vemos volcando la cuna con su hermana dentro y cómo sus padres, enfurecidos ante un acto tan grave, no son capaces de increparla o de regañarla de una manera contundente. También la vemos al principio de la película pelearse con la hija de una de las sirvientas de la casa, y todo lo que se hace para evitarlo es separarla de la muchacha. Del mismo modo, la veremos abofetear a su profesora nada más llegar, encerrarla cruelmente en su habitación, pincharla, romper ante ella un jarrón... La escena en la que su maestra le intenta enseñar a comer del plato es toda una muestra de la rabia incontrolable de Helen a la que nadie parece haber puesto nunca límites. Sus caprichos y deseos no han sido limitados por nadie. Cuando está conviviendo con Anna en la casita del puente, detectamos asimismo que el joven sirviente le tiene miedo por su agresividad. Helen parece, por tanto, ajena a las normas sociales, incluso a las más elementales. Es una niña mimada y sobreprotegida hasta límites que en cualquier otro niño se verían como inconcebibles, y eso le permite hacer su voluntad, como si la cultura, la sociedad humana, con sus normas y exigencias, fuera algo extraño a ella.

Su maestra tomó buena nota de esa falta de autoridad en la vida de Helen, y decidió adoptar medidas al respecto. Ya que sus padres parecían incapaces para adoptar el papel de transmisores de normas y reglas de conducta, Anna optó por convertirse ella misma en esa figura de autoridad que le faltaba a Helen. Para hacerlo tuvo que convencer a los padres de la niña de que ellos mismos representaban el principal obstáculo en el proceso de educación de Helen. Si cuando ella la reñía su madre la premiaba, entonces Helen no podía aprender nunca nada. Debía separarla de la compasión enfermiza de sus padres durante un tiempo para comenzar su educación en serio. Y al llevarla a la casa del puente durante dos semanas, para vivir las dos solas, Helen se transformó radicalmente. Veamos como lo describe su maestra:

“La salvaje criaturilla de hace dos semanas se ha transformado en una dulce niña. Está sentada junto a mí mientras escribo, el rostro sereno y dichoso, tejiendo una larga cadena de lana roja. Aprendió a hacer punto esta semana, y está muy orgullosa de su logro. Cuando logró hacer una cadena que cruzaba toda la habitación, se palmeó el brazo y apoyó cariñosamente contra la mejilla la primera obra de sus manos. Ahora me permite besarla, y cuando está de buen talante se sienta un par de minutos en mi regazo; pero no me devuelve las caricias. El gran paso -el paso que cuenta- ya se ha dado. La pequeña salvaje ha aprendido su primera lección de obediencia, y el yugo le resulta leve. Ahora es mi grata tarea dirigir y modelar la bella inteligencia que comienza a asomar en su alma de niña.”

Anna Sullivan, Diario

El salvajismo de Helen, su marginación cultural, se habría mantenido muchos más años, o habría permanecido indefinidamente, si Anna no hubiera aparecido. Es indudable en este punto la importancia del lenguaje como puerta para acceder al mundo humano, a la cultura. La cultura es mucho más que un conjunto de normas y leyes, la cultura son también valores, creencias, costumbres, actitudes, técnicas, una concepción de las relaciones sociales, de la familia, del trabajo, de la diversión, del sufrimiento, de la amistad, del amor, de la violencia, de la muerte, etc., y la única manera verdadera de acceder a todos esos ámbitos es el lenguaje. El lenguaje es la herramienta principal a través de la cual nos integramos en la sociedad en la que vivimos. Las culturas humanas se fundamentan en el lenguaje, de tal manera que si un niño no aprende algún tipo de lenguaje con el que comunicarse está quizás más cerca de la animalidad que de la humanidad, igual de integrado en la cultura que un animal doméstico.

El poder del lenguaje como instrumento de transmisión cultural, como instrumento educativo, es tal que, como hemos dicho antes, incluso la visión de la agresividad o del amor que tengamos queda mediatizada por las palabras. Es muy interesante a este respecto que Helen fuera tan agresiva y tan ajena al amor y al cariño que se le ofrecía hasta el preciso momento en el que aprendió el lenguaje, como si sólo a través de éste cobrarán sentido los sentimientos humanos. Sus estallidos de violencia desaparecieron en el mismo momento que comprendió la primera palabra. La propia Helen nos intenta explicar este fenómeno en su obra The Story of my life. El pasaje del libro que transcribimos a continuación hace referencia a la mañana del día en que alcanzaría sus primeras nociones del lenguaje:

“Quedé encantada al sentir los fragmentos de la muñeca rota a mis pies. Mi estallido de cólera no fue seguido por pena ni arrepentimiento. Yo no amaba esa muñeca. En el mundo silencioso y oscuro donde yo vivía no había sentimientos fuertes ni ternura.”

Helen Keller, The story of my life

Vemos que Helen, en el estado semisalvaje en el que se mantuvo durante cinco años, se describe a sí misma como un ser carente de sentimientos propiamente humanos, que no siente remordimiento alguno por romper una muñeca. Pero ese mismo día, por la tarde, Helen adquirió el conocimiento de que todas las cosas tienen un nombre (tras la escena de la fuente), y su estado interior sufrió tal revolución que no podemos evitar recordar aquella pócima que transformaba al bondadoso Dr. Jekyll en el malvado Mr. Hyde. Aquí la pócima no es otra que la palabra “agua”, y el resultado es el contrario al de la novela de Stevenson: con esa primera palabra la “malvada” Helen se transformó en “buena”:

“Me fui de la fuente ansiosa tras aprender que todo tenía un nombre, y cada nombre engendraba un nuevo pensamiento. Mientras regresábamos a la casa, cada objeto que yo tocaba parecía temblar de vitalidad: era porque lo veía todo con la extraña y nueva visión que me había embargado. Al traspasar la puerta recordé la muñeca que había roto. Fui a tientas hasta el hogar y recogí los trozos. Traté en vano de ensamblarlos. Entonces mis ojos se llenaron de lágrimas, pues comprendí lo que había hecho, y por primera vez sentí arrepentimiento y pesar.”

Helen Keller, The story of my life

Cada objeto que yo tocaba parecía temblar de vitalidad. Helen nos está diciendo que la realidad cobraba vida gracias al lenguaje, y utiliza la palabra “visión” para explicar lo que el lenguaje le proporcionó. Sólo el lenguaje le podía permitir “ver”; “ver” en el sentido de comprender el mundo humano, el mundo del bien y del mal, del amor y del dolor, del arrepentimiento y la esperanza. Los niños sordociegos están hambrientos de sonidos y colores, y el lenguaje es la forma más cercana que tienen de satisfacer esa hambre.

También Anna Sullivan se dio cuenta de que la adquisición del lenguaje supuso de inmediato para Helen la posibilidad de expresar sus sentimientos ante los demás y ante sí misma, y el dejar de lado esa agresividad animal que utilizaba siempre que se sentía presionada. Así, Anna escribe al día siguiente del “milagro”:

“Esta mañana Helen se levantó como una hada radiante. Ha volado de objeto en objeto, preguntando el nombre de todo y besándome de pura satisfacción. Anoche, cuando me acosté, se acurrucó contra mí sin que yo se lo pidiera y me besó por primera vez, y creí que mi corazón estallaría, tan colmado estaba de alegría.”

Anna Sullivan, Carta del 5 de abril de 1887

Antes de la llegada de su maestra, los cinco años de su vida en los que vivió entre tinieblas, Helen llegó a crear hasta 60 signos diferentes (posturas, gestos, señas…) con los que comunicarse con su familia. Se puede decir que inventó un lenguaje muy rudimentario que quizás ningún animal es capaz de crear. Pero aunque su humanidad hacía esfuerzos denodados por surgir, si no hubiera adquirido un auténtico lenguaje se habría quedado siempre discriminada, apartada de la cultura. En la película, el personaje de Anna Sullivan lo expresa como nadie:

“Todo lo que el hombre piensa, siente y sabe lo expresa con palabras, y ellas disipan las tinieblas… Y yo sé, estoy segura, de que con una palabra conseguiría poner el mundo en tus manos. Y bien sabe Dios que no me conformaré con menos.”

Fragmento de la película El milagro de Anna Sullivan, de Arthur Penn


2
.- La carencia de la vista y el oído: la cárcel de Helen.

“¿Habéis estado alguna vez en el mar en medio de una densa niebla cuando parece que una bruma blanca y tangible nos encierra, y el gran buque, tenso y ansioso, avanza a tientas hacia la costa con plomada y sonda, y uno espera con el corazón palpitante a que algo suceda? Antes del comienzo de mi educación yo era como ese buque, sólo que no tenía brújula ni sonda, ni modo de saber a que distancia estaba el puerto.”

Helen Keller, The Story of my life

La vista y el oído son los sentidos más apreciados por los seres humanos, y su carencia genera serias dificultades de adaptación. Una descripción de cómo es la vida de alguien que carece de esos dos sentidos no es fácil, pero la película trata de sumergirnos en ese mundo utilizando recursos narrativos y cinematográficos.

En primer lugar, la película está rodada en blanco y negro. Se trata además de un blanco y negro lúgubre en la mayoría de las escenas, acorde con la desesperación que se desprende de Helen y de todos los demás personajes (todos en algún momento se desesperan, incluida Anna). Muchas veces parece que es de noche aunque no lo podamos saber porque la escena se desarrolla en el interior de la casa, y cuando las imágenes son del exterior de la casa casi siempre da la sensación de que el cielo está encapotado y va a llover. Sólo en contados momentos la luz inunda la pantalla, una luz grisácea, una luminosidad inusitada que ayuda a reforzar la pequeña esperanza que parece existir de que Helen consiga cambiar de vida. Esa luz del sol, difuminada y borrosa, pero luz solar al fin y al cabo, sólo la veremos el día que Anna llega a Tuscumbia y, sobre todo, en las escenas campestres en las que la maestra hace que su alumna entre en contacto con la naturaleza: cuando sube a un árbol, o cuando badea un río, o cuando sostiene entre sus manos un huevo del que está a punto de salir un polluelo… Esas actividades, que a buen seguro Helen realiza por primera vez, están salpicadas por un sol que anuncia el milagro que sólo contemplaremos al final del filme.

Por otra parte, el renunciar al color parece la medida más adecuada, y no porque el blanco y negro consiga reflejar a la perfección la oscuridad y el silencio del mundo interior de Helen, sino más bien porque la utilización del color, con los continuos y variados estímulos que provoca en el espectador, desvirtuaría por completo la intención del director de que nos coloquemos en la mente de la niña e imaginemos -aunque sea sólo aproximadamente- cómo puede ser una vida en la que estuvieran ausentes los sentidos de la vista y el oído.

En ese afán que muestra el director porque nos situemos en la perspectiva de Helen, se compara en innumerables ocasiones su situación con una cárcel, y las metáforas del encierro y de la liberación de ese encierro están presentes desde el comienzo, cuando Helen se halla en su cuna y el médico que la atiende se muestra optimista ante la pronta recuperación de la niña:

Kate Keller.- Doctor, ¿se pondrá bien mi niña?
Médico.- Mañana por la mañana estará rompiendo otra vez los barrotes de la cuna.
Kate Keller.- ¿Hay algo que podamos hacer nosotros?
Capitán Keller.- Poner barrotes más fuertes, ¿eh?

Las palabras del Capitán Keller son proféticas: los barrotes serán mucho más fuertes porque Helen se queda sorda y ciega. A continuación la película encadena cuatro escenas que nos intentan describir lo que es esa cárcel en la que Helen vive y las esperanzas que tiene la niña de salir de ella.

.- En una oscuridad inquietante, dentro de la mansión, la sombra de Helen avanza descendiendo por unas escaleras cuya balaustrada nos recuerda los barrotes de una cárcel. Vemos la sombra de ella completa, pero cuando aparece la niña de carne y hueso se elude la aparición de la cabeza, como viniendo a decir que Helen es más una sombra de ser humano que un ser humano.

- En el siguiente plano nos encontramos a Helen fuera de su casa. La oscuridad de la anterior escena desaparece en parte aunque el cielo está gris. La niña ha salido de la cárcel de la mansión, pero en el exterior también le espera una cárcel inesperada. Vemos a Helen debatiéndose entre las sábanas tendidas para secar. Los muros de esta prisión metafórica son tan débiles, vistos desde la perspectiva del espectador, que nos conmueve pensar que Helen se encuentre atrapada de manera tan angustiosa entre ellos. Helen, demostrando su intención firme de luchar, de enfrentarse a sus limitaciones, es capaz de arrancar esas sábanas, pero enseguida se ve enredada por ellas y cae al suelo. Su madre acude a rescatarla, pero es un rescate inútil, e incluso podemos decir que los brazos de su madre representan, de un manera distinta, los mismos muros carcelarios. Las paredes que encierran a la niña no la abandonan, parecen endebles e inconsistentes pero siempre están ahí y sólo podrán ser eliminadas por alguien que sea capaz de entrar en su universo interior. El lenguaje será la única manera de liberarla de esa prisión de incomunicación e ignorancia.

- Helen aparece reflejada en una bola del árbol de Navidad. La imagen vuelve a ser profundamente oscura. Su imagen está atrapada, encarcelada como ella, y la convexidad de la bola deforma la imagen de Helen. No es un ser humano normal. Helen coge la bola y la suelta, y ésta se hace añicos en el suelo: es un símbolo idóneo de su deseo de liberarse, de escapar de su jaula.

Por su desconocimiento del lenguaje Helen ignora por completo lo que es la Navidad, no puede acceder al mundo de la religión, al de las creencias en general, o al de las celebraciones, porque carece del lenguaje.

.- En la siguiente escena la vemos andando por el campo, llevada por su curiosidad y su valentía, con un afán de enfrentarse al mundo. Se cae pero se levanta sin esperar a que su madre sobreprotectora la ayude y la compadezca. Como en la escena de las sábanas, observamos que el carácter de Helen es fuerte y decidido, y que quiere salir de su prisión, pero no puede hacerlo sola ni su familia es capaz de saber cómo ayudarla. Necesitará el auxilio de alguien que conozca el camino, necesitará atreverse a dar la mano para poder emerger, porque ella sola únicamente encontrará oscuridad. Ningún ser humano nace humano, necesitamos de la ayuda de otros para convertirnos en humanos.

Además de esas cuatro escenas la metáfora de la cárcel y de la liberación se repite a lo largo del filme y no sólo en referencia a Helen.

.- Anna Sullivan representa por sí misma la posibilidad de que los milagros existan: era ciega y ahora ve. Este hecho, semejante a los milagros de los Evangelios, podría ser interpretado ingenuamente como: “antes vivía en una prisión y ahora no” o “antes era infeliz y ahora es feliz”. Pero la concepción de los milagros que aparece en el filme es muy distinta a la concepción bíblica: para la maestra, un milagro será ante todo el producto del esfuerzo y el trabajo (el título en inglés -The Miracle Worker- se puede traducir literalmente por La trabajadora milagrosa). Volviendo a la metáfora de la cárcel, aun habiendo recuperado la vista, Anna se siente atrapada por sus recuerdos y también lucha por escapar. A través de varios flashbacks vemos a la maestra de Helen encerrada en aquel orfanato de su infancia, atrapada por las súplicas de su hermano inválido para que nunca le abandonara. Pero ella decidió ignorar a su hermano por su sueño de ir a la escuela. Este recuerdo la atormenta y es su cárcel particular. Sus gafas oscuras son un símbolo perfecto de esa contradicción en la que vive, de ese milagro a medias: aunque ha recuperado la vista, está obligada a ver la vida teñida con una oscuridad que no la abandona. “Cualquier luz me hiere los ojos”, afirma cuando el capitán Keller le dice que no le gusta hablar con una mujer que se esconde detrás de unas gafas oscuras. Esa luz representa la verdad implacable, el pasado que vuelve una y otra vez para atormentarla y remorderle la conciencia.

Algo parecido le pasa a Helen. Aunque de pronto recuperara la vista y el oído y pudiera disfrutar del placer de los colores y los sonidos, seguiría en el fondo sintiéndose atrapada, encerrada en un mundo de incomunicación, que puede ser quizás la cárcel más oscura que se puede imaginar. Una ceguera o una sordera son carencias terribles, pero tal vez es más terrible carecer de un lenguaje con el que comunicarse con los demás, o sentirse culpable por haber sido egoísta ante un hermano tullido.

.-La primera escena en que Anna y Helen se conocen será una representación simbólica de los deseos de la niña. Aunque en un principio las dos parece que han hecho buenas migas porque Anna es una visita que le enseña nuevos juegos, Helen, en un acto perversamente calculado, encierra con llave a Anna en su habitación. Lo hace, claro está, para demostrar su inteligencia y su decisión de no someterse a los designios del primero que llega, en definitiva, para enseñarle a Anna que es ella la que manda. Pero también se esconde en esa “jugada” de Helen el deseo de que la nueva visitante comprenda lo que es estar encerrada, comprenda de alguna manera en qué mundo vive ella y pueda así ayudarla. Es una retorcida forma de pedir socorro. Orgullosa por su astucia, Helen esconde la llave de la habitación sin saber que Anna la está observando. La profesora comprende que lo que desea ardientemente Helen es que alguien encuentre la llave que pueda abrir la puerta que va de su mundo de incomunicación a ese otro mundo que intuye que existe, ese mundo de movimientos de labios al que ella no puede acceder.

Hay que señalar aquí, que Helen esconde la llave precisamente en la bomba de agua, en la fuente de donde más tarde saldrá esa agua que representará la llave con la que se abra al mundo de la cultura definitivamente.

.- En la escena de acción más impactante de la película, Anna decide encerrar de verdad a Helen para enseñarle a comer de su plato y a doblar la servilleta. Cierra con llave todas las puertas del salón. Ahora es ella la que posee las llaves y va a utilizar la fuerza si hace falta para educar a Helen. Esta enseñanza, quizás, tiene algo de controvertido precisamente porque debe recurrir al encierro. Es una cárcel dentro de una cárcel. La educación se convierte a veces en eso y nos hace dudar acerca de si enseñar con la violencia y la represión produce efectos positivos en un niño. El caso de Helen es especial, desde luego, pues su rechazo a toda disciplina tal vez sólo se pueda combatir con una disciplina basada en el uso de la fuerza bruta. Anna consigue que Helen coma de su plato y doble la servilleta, pero también se da cuenta de la fragilidad de ese aprendizaje. Lo que se enseña a la fuerza se rechaza con fuerza. Después de esta demostración de poder por parte de Anna, ésta se convierte para Helen en una carcelera, en alguien que incrementa la sensación de opresión y asfixia que ya posee por su ceguera y su sordera.

Sólo al final de la película, cuando Helen “escapa” de su cárcel, se da cuenta del sentido que tenía esa violencia ejercida sobre ella. En una de las escenas más emotivas del filme le entrega a Anna las llaves de la casa y deletrea la palabra “maestra”. Ha comprendido que esa mujer insoportable que la obligaba a doblar servilletas no era una carcelera, sino precisamente la llave que iba a abrir las puertas de su cárcel particular.

.- Anna llevará a Helen a una pequeña casa (el pabellón de caza) cercana a la mansión, una casa cercana en la que la influencia de los padres será nula. Se trata de otro encierro, de otra prisión. Pero con connotaciones distintas. En esta nueva casa ya no están los padres, que son quizás los principales carceleros de Helen, los que sin darse cuenta ponen más obstáculos (muchos más que la propia Helen o que sus discapacidades) para que la niña consiga escapar de su enclaustramiento. De hecho la casita es una cárcel con libertad condicional, un lugar del que pueden salir cuando les apetece. Anna la llevara de paseo a menudo, a conocer la naturaleza, apareciendo así los momentos más luminosos del filme, que, a través del rostro de Helen, nos transmiten una sensación de paz y sosiego que no existen en el resto de la cinta.

.- Un polluelo sale del cascarón entre las manos de Helen. La alegría de la niña es evidente, y un primer plano deslumbrante nos descubre una sonrisa que nunca hubiéramos imaginado en la angustiada niña. Aparte de ayudarle este acontecimiento a comprender los misterios de la vida, ella no puede sino identificarse con ese polluelo, con una nueva vida que se abre paso. ¿Conseguirá ella romper su cascarón y salir fuera, al mundo humano de la cultura?

10ª.- Vemos a Helen, en una escena tétrica, con la cabeza cubierta por un velo negro. La niña sopla y el velo se mueve pero vuelve a caer sobre su rostro. Ese velo de viuda -otro símbolo del cautiverio de Helen- no representa su ceguera ni su sordera, sino su incapacidad para acceder al significado de esos signos que realiza con las manos. La escena se corresponde con uno de los momentos más dramáticos del filme: el plazo para tener a Helen recluida en la casita del puente se acaba y Anna no ha conseguido que ésta aprenda el lenguaje. Los padres de Helen están satisfechos con el “amaestramiento” de su hija. Sólo su profesora se da cuenta de que Helen continúa en su cárcel a pesar de haber aprendido a vestirse, peinarse y atarse los cordones de los zapatos. Ese velo no es más que un adorno de la muerte, el maquillaje de un cadáver, el embellecimiento de la fachada de una cárcel. Por eso Anna se desespera y le grita a Helen, le exige que aprenda de una vez. La niña, sorda y ciega, capta sin embargo la angustia de su profesora, aunque desconoce el motivo. Entre ellas continúa la incomunicación porque Helen no es capaz de comprender el mundo de las palabras, no es capaz de comprender el mundo humano.


3.- El proceso de aprendizaje del lenguaje.

“Ahora cuanto tengo que enseñarte cabe en una sola palabra: todo.”

Fragmento de la película El milagro de Anna Sullivan, de Arthur Penn

Aunque El milagro de Anna Sullivan se centra ante todo en las dificultades que encuentra la protagonista, Helen, para aprender el lenguaje de los sordociegos, sólo podremos comprender adecuadamente esas dificultades si comparamos el proceso de aprendizaje del lenguaje para sordociegos con el proceso de aprendizaje del lenguaje oral, que es el que manejamos la mayoría. Por eso la película nos incita a conocer los mecanismos por los que el niño pequeño va adentrándose en el siempre fascinante mundo del lenguaje.

La construcción del lenguaje es un proceso continuo y complejo que no puede identificarse con un punto o hecho en especial. Desde que balbucean, pasando por sus primeras palabras, hasta que dicen frases elementales, los bebés protagonizan una aventura que ninguna otra especie en el mundo puede repetir: la construcción y desarrollo de un lenguaje con el que comunicarse con sus semejantes.

Podemos decir que esa aventura empieza ya en el vientre materno. Hacia los seis meses de gestación el feto desarrolla el oído interno, y hay evidencias que señalan que los bebés pueden identificar la voz de su madre (la más cercana) antes de su nacimiento. La experiencia lingüística intrauterina no es despreciable, pues también hay experimentos que demuestran que los niños recién nacidos succionan con más intensidad sus chupetes cuando son expuestos al idioma de sus progenitores que a otra lengua diferente.

Si ya en el vientre materno los humanos vamos aprendiendo algunas de las características del lenguaje hablado, desde el mismo momento del nacimiento captamos y nos impregnamos del “habla” que percibimos en nuestro ambiente: la entonación y la modulación de las distintas voces, la melodía, la cadencia, el acento, la pronunciación y, por supuesto, detectamos los fonemas a partir de su frecuencia y repetición. Luego, por imitación, los bebés comienzan a partir del tercer mes de vida a intentar reproducir esos sonidos y fonemas con la entonación y ritmo que son propios del lugar en donde viven. Se le habla al niño continuamente y se le repiten especialmente algunas palabras cargadas de significado (“mamá”, “papá”, “agua”…). Pero el niño en un primer momento no es capaz de entender los significados de esas palabras, y todos sus esfuerzos se concentran en tratar de imitar la voz humana que oye continuamente en su entorno. Es la etapa de balbuceo rudimentario (3-8 meses), en la cual, cuanto mayor sea la interacción con sus padres y otras personas de su entorno, el bebé realizará más y mejor la vocalización, el silabeo y en general incrementará su habilidad en el dominio de esa voz que puede emitir su aparato fonador. El niño juega con los sonidos, moldeándolos poco a poco con su laringe, con su boca, con su lengua, con sus dientes… Será ya capaz, por ejemplo, de repetir sílabas y acercarse a las palabras propiamente dichas: ma-ma-ma, pa-pa-pa, ta-ta-ta… La aprobación de ese juego por parte de los padres y su intervención en el propio juego (repitiendo los sonidos del niño y añadiendo otros), refuerza en la mente del niño la intuición de que esos sonidos son una forma de comunicación, una forma de establecer una relación con los otros seres humanos.

En la época del balbuceo mantienen conversaciones ininteligibles con los padres, incoherentes desde el punto de vista de la transmisión de información, pero lo importante no es sólo el contenido del lenguaje, sino también la forma: en este periodo del balbuceo el niño aprende que el lenguaje se basa en la alternancia entre dos interlocutores: mientras uno habla el otro escucha, y cuando el primero se calla es el turno del otro para hablar. El lenguaje no consiste sólo en saber decir palabras, sino también en saber cómo y cuándo se dicen.

A partir de los 8-9 meses de vida, aproximadamente, el niño empieza a imitar con éxito los sonidos que escucha (sobre todo los que se repiten con insistencia), pero desconoce al principio la finalidad y el significado de los mismos. Sabrá decir “mamá”, o “papá”, o “agua”, pero ignorará que esos sonidos representan a personas o a objetos exteriores. Simplemente reproduce como un magnetófono, como un loro o un papagayo, los vocablos que ha oído tantas veces decir. Con el discurrir de las semanas y tras un arduo entrenamiento con los sonidos que va produciendo, el niño dará un paso más allá, el más importante para la adquisición del lenguaje: gracias a las capacidades de su cerebro humano conseguirá un día asociar por fin uno de esos sonidos con un objeto o con una persona determinados: dirá, por ejemplo, “mamá” y esperará la aparición de su madre, o si ésta ya está presente, aguardará de ella algún gesto o algún sonido que reafirme la asociación palabra-persona. Entonces habrá dado un gran salto para acceder al mundo simbólico del lenguaje, al mundo humano.

Siempre hay que tener en cuenta que cada niño sigue un ritmo propio a la hora de aprender, y que la estimulación del entorno influye en ese ritmo, pero si todo se desarrolla normalmente, entre los 12 y los 15 meses, el niño pronunciará diez palabras aproximadamente y comprenderá unas cien (está mucho más capacitado para entender que para expresarse). La asociación de las palabras, de los sonidos que salen de su boca, con los objetos exteriores está ya conseguida, aunque quizás todavía por esta época llame “mamá” a mujeres diferentes a su madre.

A los 18 meses, más o menos, cuando su vocabulario oscile entre las cincuenta y las cien palabras, se producirá la denominada en Psicología “explosión lingüística”. Es el momento en el que el niño se atreve a juntar las palabras, primero de dos en dos, pero enseguida se desatará el él una pasión por explicarse y por recibir explicaciones acerca de todo, y este nuevo camino le llevará a un incremento notable de su vocabulario, de su pronunciación, y sobre todo, de su capacidad comunicativa con su entorno. En esta época ya no se tratará sólo de aprender palabras, sino de aprender las reglas gramaticales, las cuales le permitirán transmitir opiniones, ideas y sentimientos.


4
.- El lenguaje para sordociegos.

“Esa mañana, después de llegar, mi maestra me condujo a la habitación y me dio una muñeca. La habían enviado los niños ciegos del Instituto Perkins y la había vestido Laura Bridgman, pero yo solo me enteré de esto más tarde. Cuando yo hube jugado un rato con la muñeca, la señorita Sullivan deletreó lentamente en mi mano la palabra “muñeca”. Ese juego con los dedos me interesó de inmediato e intenté imitarlo. Cuando al fin logré trazar correctamente las letras, estaba embargada de placer y orgullo infantil. Corrí a la planta baja para ver a mi madre, alcé la mano y tracé las letras: “m-u-ñ-e-c-a”. No sabía que estaba deletreando una palabra, ni siquiera que existían las palabras; solo movía las manos en una imitación simiesca. En los días que siguieron aprendí a deletrear inadvertidamente muchas palabras, entre ellas ‘alfiler’, ‘sombrero’, ‘gorra’ y algunos verbos como ‘sentarse’, ‘levantarse’ y ‘caminar’. Pero necesité varias semanas con mi maestra para comprender que todo tiene un nombre.”

Helen Keller, The Story of my life

En el lenguaje para sordomudos se sustituyen los sonidos por la gesticulación de las manos y el movimiento del cuerpo. El aprendizaje del lenguaje para sordomudos, o el del lenguaje para sordociegos a través del tacto, que es el que aparece en el filme, sigue un camino similar al del aprendizaje del lenguaje oral, aunque con algunas diferencias. Nos centraremos en el lenguaje de signos para sordociegos, que tiene su origen en el lenguaje de signos para sordomudos pero con variaciones introducidas para facilitar la percepción táctil de los signos.

La diferencia principal con el lenguaje oral es que el lenguaje para sordociegos, en vez de centrarse en los sonidos, lo hace en las sensaciones táctiles. Helen no jugará con los sonidos de su voz (aunque años más tarde aprendió a hablar, como la mayoría de los sordos) sino con los movimientos de sus dedos, que tratarán de imitar el movimiento de los dedos de su profesora sobre la palma de su mano. Por lo demás, un bebé sordociego también pasa por una fase de “balbuceo rudimentario” en la que mueve los dedos sin mucho control y sin conseguir reproducir con exactitud los movimientos captados. Después le sigue una fase en la que el niño sordociego reproduce con precisión los signos de este lenguaje, pero sin comprender el significado de los mismos (como cuando en la película Helen deletrea palabras en la pata del perro). Llegaría un momento en el que el niño sordociego asociaría los signos y gestos que realiza con las manos a objetos exteriores.

Tanto en el niño sin carencias sensoriales como en el sordociego, el aprendizaje del lenguaje se consigue gracias a una mezcla del interés y curiosidad naturales del niño, y de la estimulación recibida del exterior. El proceso de adquisición de una lengua en los primeros años de vida se debe ver más como un juego atractivo y entretenido (con sus frustraciones y alegrías, desde luego), que como una enseñanza obligatoria que el niño rehúye. Existe por tanto una predisposición innata en los niños para aprender el lenguaje.

En el aprendizaje del lenguaje, la historia de Helen Keller añade un problema más, aparte de la carencia de dos sentidos tan importantes como la vista y el oído. El problema al que nos referimos es la edad de Helen. Con siete años Helen habría sobrepasado el denominado “periodo crítico” para el aprendizaje del lenguaje. Basándose en los casos de seres humanos que durante su infancia sufrieron una carencia -total o parcial- en la enseñanza del lenguaje, los psicolingüistas aseguran que si en los primeros cinco años de vida el niño no es sometido a ningún estímulo lingüístico, su capacidad para la adquisición posterior del lenguaje disminuirá de modo importante, y si la falta de estímulos se prolonga hasta los ocho años las posibilidades de aprender un lenguaje se ven reducidas casi a cero. Así, aunque la inteligencia de Helen con siete años es muy superior a la del niño de un año que está aprendiendo el lenguaje, sin embargo, su elevada edad podría representar más un obstáculo que una ventaja. La suerte de Helen es que hasta los 19 meses de edad llevó a cabo un aprendizaje normal del lenguaje, alcanzando según su madre la fase en la que asociaba palabras (como “agua”) con objetos. Ese mundo lingüístico elemental en el que Helen habitó por unos pocos meses permaneció latente en su memoria hasta el momento en el que Anna Sullivan volvió a introducir a Helen en el universo de las palabras. La escena culminante de la película es aquella en la que Anna deletrea sobre la palma de la mano de Helen la palabra “agua”, y Helen siente el agua fresca de la fuente correr por sus manos al tiempo que se da cuenta de que “eso” que le recorre las manos tiene un nombre. La escena se produjo realmente, pero en este punto la película se toma una licencia respecto a la realidad. Según nos cuentan tanto Anna Sullivan en su Diario, como la propia Helen Keller en su libro autobiográfico The story of my life, en aquel momento la niña deletreó la palabra “agua” con el lenguaje para sordociegos, y no hacen ninguna referencia a que Helen dijera palabra alguna en el lenguaje oral, cosa que sí ocurre en la película. En la escena del filme, Helen se queda petrificada ante la fuente porque reconoce por primera vez la posibilidad de referirse a los objetos exteriores con los signos que ha aprendido de su profesora. Pero en vez de decir la palabra “agua” mediante el lenguaje de signos, la niña recurre al lenguaje oral y pronuncia en un lenguaje infantil y con gran dificultad (como no puede ser de otra manera tras pasarse cinco años sin usar la voz) la palabra “agua”. La película utiliza este artificio como recurso dramático para remarcar más si cabe la intensidad emocional que sufre Helen en ese instante.

Olvidándonos de los hechos reales, centrémonos en lo que ocurre en la película y en lo que el director nos quiere decir con la escenificación que realiza de ese hecho crucial en la vida de Helen.

Cuando Helen pronuncia con su voz gutural la palabra “agua”, aquel mundo de sonidos de su más temprana infancia acude a su mente como un relámpago que la deja aturdida. En realidad, según el filme, Helen no comprende en ese momento por primera vez el significado de la palabra “agua”, sino que recuerda que en otro tiempo ya lo comprendió (gracias a otro tipo de lenguaje, el oral). De ahí su estupor, su inmenso asombro. En su mente acaba de realizar una fusión del lenguaje oral y el de signos, se acaba de dar cuenta de que los signos que realiza su maestra sobre la palma de su mano sirven para lo mismo que aquellos sonidos ahora recordados y que fueron olvidados tras la terrible enfermedad que la dejó en un mundo oscuro y silencioso. No podemos saber a ciencia cierta qué habría ocurrido con Helen si no hubiera sido educado los primeros 19 meses de vida en el lenguaje oral. ¿Habría aprendido sin dificultad el lenguaje de signos? ¿O habría presentado una incapacidad para adquirirlo? Tal vez por eso Arthur Penn, el director del filme, decidió incluir la voz de Helen, para recalcar la importancia de haber recibido una educación en el lenguaje durante el primer año y medio de vida. Desde luego la voz de Helen, con esa única palabra que pronuncia en el filme, es tan inesperada como sobrecogedora, y la intensidad dramática que consigue Arthur Penn con este añadido es sobresaliente.

Es interesante reseñar que según aparece recogido en el Diario de Anna Sullivan, la inteligencia de Helen le permitió en ese primer día de contacto con el lenguaje aprender más de treinta palabras (entre ellas varios verbos), y pasar en pocos días directamente a la fase de explosión lingüística en la que se unen palabras para tratar de formar oraciones. Una sola palabra era todo lo que necesitaba para entrar de lleno en el mundo de la comunicación; una sola palabra le bastó para darse cuenta de que podía romper todas las barreras que la separaban del resto de los seres humanos. Nadie mejor que ella misma para contárnoslo:

“Caminamos por el sendero hasta la fuente, atraídas por la fragancia de la madreselva que la cubría. Alguien extraía agua y mi maestra puso mi mano bajo el grifo. Mientras el chorro fresco me empapaba una mano, ella deletreó en la otra la palabra “agua”, primero despacio, después deprisa. Me quedé en silencio, fijando mi atención en el movimiento de sus dedos. De pronto tuve una borrosa conciencia, como de algo olvidado, el estremecimiento de un pensamiento que regresaba; y de algún modo se me reveló el misterio del lenguaje. Supe entonces que “a-g-u-a” significaba esa maravillosa frescura que rozaba la mano. Esa palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, la liberó. Aun había barreras, es verdad, pero barreras que podrían eliminarse con el tiempo.

Me fui de la fuente ansiosa tras aprender que todo tenía un nombre, y cada nombre engendraba un nuevo pensamiento. Mientras regresábamos a la casa, cada objeto que yo tocaba parecía temblar de vitalidad: era porque lo veía todo con la extraña y nueva visión que me había embargado. […]

Ese día aprendí muchas palabras y aún recuerdo cuáles eran; sé que “madre”, “padre”, “hermana” y “maestra” estaban entre ellas, palabras que harían florecer el mundo para mí […]. Habría sido difícil encontrar una niña más feliz que yo cuando me acosté. Al final de esa día memorable reviví las alegrías que me había traído, y por primera vez anhelé que llegara un nuevo día.”

Helen Keller, The story of my life


5
.- La educación de Helen. La alumna, la profesora y la familia. La violencia como instrumento educativo.

“El día mas importante que recuerdo en toda mi vida es el día que conocí a mi maestra, Anne Mansfield Sullivan. Me maravillo al pensar en los inconmensurables contrastes que había entre las dos vidas que reunió ese encuentro. Era el 3 de marzo de 1887, tres meses antes de que yo cumpliera los siete años.

En la tarde de ese día memorable, yo estaba en el porche, muda, expectante; la agitación de mi madre y los correteos por la casa me sugerían que estaba a punto de suceder algo inusitado, así que fui a la puerta y aguardé en la escalinata.”

Helen Keller, The story of my life

En la película, la descripción que se hace de la educación de Helen es muy completa. Aparecen con claridad los tres protagonistas más importantes en el proceso educativo: el alumno, el maestro y la familia, y los sucesos que vamos contemplando a lo largo de la película nos introducen de lleno en los problemas que puede generar la educación de niños discapacitados y de los niños en general. En el filme observaremos cuatro posturas diferentes acerca de la educación de Helen: la de su padre, la de su madre, la de su hermano y la de su maestra. Veamos en detalle cada una de ellas:


.- El padre. La actitud del padre hacia el futuro de Helen es muy pesimista. Accede a los intentos de educación de la niña más por complacer a su esposa que por la convicción de que se pueda lograr algo. Piensa en definitiva que las dos únicas opciones respecto a Helen son aguantarla o internarla en un manicomio. El capitán Keller no ejerce de padre realmente, sino que su papel ante Helen y su otro hijo es el de soldado retirado, por ello equipara educación con disciplina, y no cree al principio que su hija pueda ser disciplinada. Su ingenuidad e ignorancia en los asuntos educativos queda al descubierto cuando afirma categóricamente: “¡Ciega! ¡Cómo es posible esperar que una ciega llegue a enseñar a otra!”. Durante toda la película no podemos dejar de tener la sensación de que el auténtico ciego es él y de que desconoce sus auténticos sentimientos hacia su hija. Cuando echa en cara a Anna sus duros métodos de enseñanza le pregunta con recelo: “Señorita, ¿no quiere usted a la niña?”. “¿Y usted?”, le replica Anna. En ese momento el capitán se queda mudo porque en realidad nunca se había hecho esa pregunta y no estaba preparado para responderla. De hecho, su principal preocupación respecto a Helen es cómo conseguir que la niña no le moleste:

(Cuando Helen tira todos sus papeles del trabajo al suelo): “Trabajaría mejor en un gallinero que en esta casa.”

(Cuando Helen recorre la mesa cogiendo con la mano de todos los platos de los comensales, y Anna Sullivan no cede ante los intentos de la niña por coger también de su plato):

“Déjela por esta vez, es la única manera de que podamos conversar en la mesa.”
Al ver los progresos en la conducta de su hija manifiesta su asombro y elogia la labor de Anna como si ésta estuviera educando a un perro en vez de a un ser humano: Capitán Keller.

- Estamos más que satisfechos. Le ha enseñado a hacer cosas, a ser dócil, manejable, aseada.
Anna Sullivan.
- ¿Aseada?
Capitán Keller.
- Y nosotros decimos que el aseo está cerca de la perfección.
Anna Sullivan.
- El aseo no está cerca de nada.

Las contestaciones descaradas de Anna, así como sus ideas avanzadas y su carácter van cambiando paulatinamente la mentalidad de este viejo soldado hasta hacerle llegar incluso a tener esperanzas en lo que puede dar de sí la educación de Helen. También él ha sido enseñado por Anna, y hacia el final de la película no le importa reconocer que Anna ha conseguido lo que él fue incapaz de conseguir.

Anna.- Sólo le he enseñado una cosa: No. No hagas esto, no hagas lo otro… Capitán. Keller.- Menos le enseñamos nosotros durante años.

La pregunta de Anna -¿quiere usted a su hija?-, queda respondida en el instante en el que Helen tiene su éxtasis lingüístico. En ese momento el capitán Keller ejerce por primera vez como padre y abraza y besa tiernamente a su hija. No cabe duda de que la quiere, pero como ocurría en el caso de la propia Helen, podemos preguntarnos: ¿habría conseguido conocer sus sentimientos y expresarlos sin la aparición de Anna Sullivan?


.- La madre. Kate es la que pone el punto optimista acerca de las posibilidades de Helen, pero quizás es igual de ignorante que su marido respecto a los caminos que pueden llevar a su hija a tener una vida más humana. Al principio de la película cifra todas sus esperanzas de que así ocurra en el hecho de que Helen pueda volver a ver u oír. Vive con una gran tristeza la incapacidad de su hija para comuni-carse, pero desconoce que existe un camino para ello:
(Cuando Helen tira a su hermana de la cuna): “¡Helen! ¡No debes hacer esas cosas, Helen! ¡Cómo podría hacerte comprender! ¡Cómo podría meterte esa idea en la cabeza! […] No sé qué hacer, ¿cómo voy a enseñarle, pegándole hasta que le salgan cardenales?”

La relación que mantiene con Helen se mueve por un camino bastante tortuoso. Si su marido identifica educación con disciplina, ella identifica educación con amor. Insiste continuamente en esa idea, pero es una idea con una doble cara. Por un lado el amor es la fuerza positiva que le hace perseverar en la creencia de que su hija puede tener un futuro mejor, fuerza de la que carecen tanto su marido como su hijastro. Ese amor es el que la lleva de inmediato a querer aprender el lenguaje que Anna Sullivan quiere enseñar a su hija. Y aunque esa enseñanza es pintada por la maestra como utópica, la madre de Helen no desfallece:

Kate Keller.- ¿Cuándo aprenderá?
Anna Sullivan.- Quizás dentro de un millón de palabras. […]

Kate Keller.- Lo que me gustaría es aprender también esas letras, señorita.

Anna Sullivan.- Mañana empezaré a enseñárselas, así nos tocará medio millón a cada una.

Pero, por otro lado, su amor tiende a transformarse con facilidad en compasión, que es una forma de amor insincera que dificulta y obstaculiza que una relación avance, provocando un distanciamiento afectivo hacia la persona sobre la que recae esa compasión. La compasión es un tipo de amor que consigue mantener la conciencia tranquila pero el corazón vacío.

Inmediatamente después del diálogo referido más arriba, Helen pincha con una aguja a su maestra, y se refugia en las faldas de su madre. Ésta reacciona dándole una golosina. ¿Es eso amor? ¿Es ésa la fuerza positiva que ayudará a Helen en su proceso educativo? Anna Sullivan le enseñará a Kate Keller que con compasión Helen nunca aprenderá nada de nada.

“Señora Keller, la ceguera o la sordera no el peor mal para Helen, es el cariño de ustedes y su compasión. Entre todos la han criado como a un perrillo faldero, pero incluso a los perros se les educa.”

La madre de Helen no puede evitar caer una y otra vez en esa deformación amorosa que es la compasión. Cuando la niña se encuentra aislada con Anna en la casa del puente acude con la intención de rescatar a su hija de “las garras” de su maestra, y lo hace inconscientemente, llevada por su idea fija de que antes que disciplina o lenguaje, lo que Helen necesita es estar en brazos de su madre. Cuando le solicita a Anna que le deje llevar a su hija de paseo, la maestra sabe bien que lo que se esconde detrás de esa solicitud no es más que la incapacidad de una madre para aceptar que el amor no lo es todo en el ámbito de la educación, aunque desde luego Anna nunca olvida que es una parte muy importante:

Kate Keller.- ¡Cuánto le ha enseñado usted en esta semana!
Anna Sullivan.- No es suficiente, con obedecer no basta.

Kate Keller.- ¿Podría llevarla conmigo a dar un paseo esta tarde?

[…]

Anna Sullivan.- Deletree. Deletree. Si ella aprendiera a hablar, tendrían tantas cosas que contarse…


- El hermano. La apuesta educativa del hermanastro de Helen es nula, pues su relación con ésta está teñida por unos celos que no pasan inadvertidos. Del mismo modo que Helen odia a su hermana recién llegada por haberle quitado protagonismo, hay que reconocer que James, pese a ser un adulto, da muestras continuas de aversión hacia Helen, quizás también por la misma razón: nadie le hace caso, la única protagonista es Helen; sus padres desean que Helen hable y que él se calle; ¿puede haber algo más ofensivo? Por eso va a despreciar a su hermanastra y cualquier intento encaminado a que la niña pueda ser feliz. Casi todo lo que dice su personaje en la película es un continuo ataque contra Helen: “Debería recluirla, padre”. “Es una penosa inutilidad. Ni siquiera sabe ir limpia. No resulta agradable verla siempre aquí”. “¿Averiguando si es mala? Pues lo es”. “Es como un mono, lo imita todo”. “Sus modales en la mesa es lo mejor que tiene”. Su cinismo respecto a lo que se debe hacer con su hermana llega a la culminación al conversar con Anna:

Anna Sullivan.- Cuento con Helen, esa cabecita se está muriendo por saber.
James Keller.- ¿Saber qué?

Anna Sullivan.- Lo que sea. Hasta la cosa más pequeña que Dios ha creado. Tengo que aprovechar ese afán de saber.

James Keller.- Tal vez ella le enseñe a usted.

Anna Sullivan.- ¿En qué sentido?

James Keller.- Que no tiene tal afán, y que existe todo eso que se llama desaliento, resignación y abandono. Tarde o temprano todos nos rendimos, ¿verdad?

Anna Sullivan.- Tal vez lo hagan ustedes. Así concibo yo el pecado original. James Keller.- ¿Cómo? Anna Sullivan.- Rindiéndose.
James Keller.- Usted no llegará hasta su corazón. ¿Por qué no la deja en paz y le tiene un poco de compasión por ser como es?
Anna Sullivan.- Si alguna vez hubiera pensado así me hubiera muerto.

James Keller.- Se morirá igual. ¿Por qué preocuparse? ¿O es que también me quiere dar lecciones a mí?

Desde luego la compasión de la que habla James esconde un solo deseo: deshacerse de Helen. Piensa que así él será el protagonista y que su padre le escuchará por fin. Sin embargo, Anna le dará una importante lección, como al resto de la familia. En su caso, James aprenderá de Anna que sus celos respecto a Helen están causados por la indiferencia de su padre, por la incapacidad de éste para escuchar otra voz que no sea la suya propia. Descubre que a su padre no le importan ni él, ni Helen, sino sólo él mismo. Por eso en el último momento, James apoyará la labor educativa de Anna y se atreverá a decirle a su padre la verdad: nunca escucha a nadie, nunca le escucha a él, y él no es sordomudo como su hermana. En el mismo instante en el que se enfrenta a su padre desaparecen los celos hacia Helen y desea de verdad que su hermana pueda conseguir una vida mejor que la que tiene.


.- La maestra. La labor pedagógica de Anna no se limita a tratar de enseñar a Helen unas normas de conducta y el lenguaje, que ya de por sí suponen un trabajo agotador. Desde un primer momento se da cuenta de que su función de educadora se debe extender a toda la familia Keller: toda la familia debe ser reeducada, deben cambiar su visión sobre la niña. Sus padres y su hermano han fabricado a la Helen que han querido: una niña inválida a la que se le permite todo porque es mucho más cómodo que amarla de verdad y esforzarse por comprenderla y educarla. Helen, a su vez, se ha aprovechado de ello todo lo que ha podido, aunque sin saberlo lo ha hecho en su propio detrimento. La educación de la niña está viciada, corrompida por la compasión, los celos, la ignorancia, la dejadez, la inercia… La única forma de romper rápidamente con ese mundo es de forma brusca, radical, revelando a todos la verdad con brutalidad. Y Anna tiene el carácter adecuado para ello:

Kate Keller.- Señorita Anna. Todavía no conoce usted bien a la niña. Ella…
Anna Sullivan.- Conozco muy bien lo que es una vulgar rabieta y una chiquilla malcriada.

Capitán Keller.- La comprendería usted mejor si pudiera sentir un poco de compasión.

Anna Sullivan.- ¿Compasión? ¿Por esa déspota? Todos están pendientes de sus caprichos. ¿Hay algo que ella quiera y no consiga? ¿Sabe en qué la compadezco? En que el sol no lucirá para ella en toda su vida aunque ustedes le digan lo contrario. ¿De qué le servirá su compasión cuando a usted le cubra la tierra?
Kate Keller.- Señorita Anna, de nada sirve perder los estribos.

Anna Sullivan.- Sí, eso es muy cómodo. Cuesta menos tenerle compasión que enseñarle algo mejor, ¿verdad?

Después de este diálogo vendrá la escena de la pelea agotadora entre alumna y profesora, escena que seguramente hoy se contempla por la timorata sociedad actual como políticamente incorrecta pero que está cargada de lógica y necesidad. Si Anna no se impone físicamente a la niña, si no la vence en un cuerpo a cuerpo, ésta nunca permitirá un acercamiento de la maestra, en ningún sentido. Helen sabe que su principal arma para conseguir lo que quiere son sus rabietas inaguantables, la utilización de su físico para desmoralizar al contrario, para someterlo y esclavizarlo. Es difícil pegar a un niño, aunque se lo merezca, y más difícil es hacerlo si ese niño es sordo y ciego y tenemos serias dudas acerca de si comprende la finalidad del castigo físico. Tanto se ha aprovechado Helen de este recurso que ya sólo le basta con iniciar un acceso violento para que enseguida se la calme con caramelos o satisfaciendo en el acto cualquiera de sus deseos. La utilización de la persuasión para calmarla, a través del diálogo, carece de fuerza en su caso puesto que no puede comunicarse, no puede entender el lenguaje. Así que la familia ha acordado tácita-mente someterse a sus caprichos: no conocen otra manera de actuar que humillarse ante una chiquilla de siete años. Por eso la violencia de Anna parece inevitable y necesaria, porque sólo de esa manera expeditiva puede acabar con cinco años de perversión educativa. Lo lamentable quizás no es tener que pegar una torta a un niño, sino haber tardado cinco años en hacerlo.

La lucha educativa de Anna no cesa hasta el final mismo de la película. Después de su estancia de dos semanas en la casa del puente, Helen muestra tales adelantos en su disciplina que la familia se encuentra satisfecha con la maestra, aunque ésta en realidad se siente derrotada porque no ha conseguido enseñar a la niña que todas las cosas tienen un nombre. Sabe que la obediencia sin comprensión no sirve de nada, pero no ha tirado la toalla ni mucho menos. Cuando se sientan a la mesa a comer, Helen trata de rebelarse de nuevo, tirando su servilleta y comenzando una de sus famosas rabietas. Sus padres enseguida se rinden, disponiéndose de nuevo a seguir la voluntad de la niña; los espectadores mismos estamos cansados, percibimos lo agotador de imponerse sobre Helen a cada minuto, a cada segundo… ¿Los esfuerzos educativos no han servido de nada?

Sólo Anna parece consciente de lo que es educar a una niña sordociega, de lo que es dedicarse en cuerpo y alma a esa tarea… Pero la maestra se va a encontrar con un inesperado aliado: James, el hermanastro de Helen, que, a pesar de los celos, es el que con más atención ha escuchado a Anna y ha comprendido que existe de verdad un camino por el que no solo Helen, sino toda la familia, puede tener una vida mejor.

Anna vuelve a tomar las riendas de la situación, intenta llevar a la niña fuera de la casa para que rellene una jarra de agua cuyo contenido Helen se lo ha arrojado al rostro. Se trata de nuevo de separarla de una familia que vuelve a sus vicios educativos de la compasión y de la claudicación. Cuando el padre está a punto de ir detrás de las dos para perpetuar sus prejuicios educativos, James Keller se interpone y se enfrenta por primera vez a su progenitor: “¡Ella tiene razón!”. Este acto es más heroico de lo que parece, pues no sólo va a permitir que Helen aprenda casualmente sus primeras palabras en unos minutos, sino que representa por fin el hecho de que la familia está en vías de aprender, en vías de sufrir una revolución interior semejante a la que va a sufrir Helen. Podemos decir que el director de la película, Arthur Penn, no da ninguna puntada sin hilo, y que con ese acto de James quiere dejar clara la importancia que la familia debe jugar en el proceso educativo. La película no trata de denigrar a la familia Keller describiéndola como elemento pedagógico del que haya que prescindir, sino que en todo momento los familiares de Helen deben jugar un papel crucial, pero es un papel para el que también se requiere un aprendizaje. El mensaje está claro: la familia no debe ser eliminada, debe ser educada también, debe aprender a tratar a Helen de otra manera, como a un ser humano y no como a un perro faldero. Y tratar a un ser humano como tal no significa tenerle compasión o permitirle hacer todo lo que quiera."

Diego Calleja

3 comentarios:

Anónimo dijo...

que buen trabajo de la pelicula

Anónimo dijo...

Gracias, me ha servido de mucha ayuda para preparar el visionado de la película como colofón del tema Aprendizaje y prólogo de Pensamiento y Lenguaje. Un saludo.

Bárbara dijo...

Con lo bien que está hecho el análisis no puedes poner "sordomudo". La mayoría de los sordos no son mudos, no hablan porque no han aprendido a hacerlo. Hellen Keller es sorda y ciega.

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